En Takkasila, hace muchos siglos,
nació un tierno becerro.
Fue adquirido por Amir, un hombre rico, que lo llamó Hermoso.
Lo atendía adecuadamente y lo alimentaba con lo mejor.
Cuando Hermoso se convirtió en un buey grande y potente, pensaba con gratitud:
“Mi amo me dio todo. Me gustaría agradecer su ayuda”. Un día le propuso:
—Mi señor. Busque a algún ganadero orgulloso de sus animales. Dígale que puedo
tirar de cien carros cargados al máximo.
Amir aceptó y visitó a un mercader.
—Mis bueyes son los más fuertes —comentó éste.
—No. El mío puede tirar de cien carros cargados —respondió Amir.
Apostaron mil monedas de oro y fijaron un día para la prueba.
El mercader amarró cien carros llenos de arena para volverlos más pesados.
Cuando comenzó la prueba, Amir se subió al primero.
No resistió el deseo de darse
importancia ante quienes lo veían. Hizo sonar su látigo y le gritó a Hermoso:
—Avanza, animal tonto.
Hermoso pensó: “Nunca he hecho nada malo y mi amo me insulta”. Permaneció fijo
en el lugar y se resistió a tirar.
El mercader rió y pidió el pago de las monedas.
Cuando volvieron a casa Hermoso le preguntó a Amir:
—¿Por qué estás tan triste?
—Perdí mucho dinero por ti.
—Me diste con el látigo. Me llamaste tonto. Dime, en toda mi vida rompí algo?,
ó te causé algún perjuicio? —preguntó Hermoso.
—No —respondió el amo.
—Entonces ¿por qué me ofendiste? La
culpa no es mía, sino tuya… Pero como me da pena verte asÌ, acude con el
mercader y apuesta de nuevo: que sean dos mil monedas. Eso sí: usa conmigo sólo
las palabras que merezco.
El mercader aceptó pensando que volvería a ganar.
Todo estuvo listo para la nueva prueba. Cuando Hermoso tenía que tirar de los
carros, Amir le tocó la cabeza con una flor de loto y le pidió:
—Hermoso, podrías hacerme el favor de jalar estos cien carros?
Hermoso obedeció de inmediato y con gran facilidad los desplazó.
Incrédulo, el mercader pagó las dos mil monedas de oro. Quienes presenciaron la
sorprendente muestra de su fuerza llenaron al buey de mimos y obsequios. Pero
más que el dinero, Amir apreció la lección de humildad y respeto que había
recibido.