Cuik y Quak eran
dos patitos valientes y deportistas que vivían con mamá pata. Los dos eran
rapidísimos, y siempre estaban compitiendo. Echaban carreras en cualquier
lugar: por tierra, mar y aire; corriendo, nadando o volando. Un día que volvían
de visitar al tio Patete en lo alto del río, Cuik soltó las palabras clave
"¡el último que llegue es un ganso!", y ambos salieron nadando río
abajo. Los dos conocían bien el camino, pero Quak llevaba algún tiempo
preparando un truco: se había dado cuenta de que la corriente en el centro del
río era más fuerte y podía ayudarle, así que aunque mamá pata les tenía
totalmente prohibido nadar por el centro del río, Cuak se dirigió hacia aquella
zona "ya soy mayor para nadar aqui".
En seguida se vio que tenía razón: avanzaba mucho más rápido que Cuik y le
sacaba mucha ventaja. Cuik estaba indignado, porque él nunca desobedecía a mamá
pata, pero por su obediencia ¡iba a perder la carrera! Según avanzaban la
corriente se hacía más fuerte, y Quack cruzó triunfante la línea de meta sin darse
cuenta de que se dirigía directamente a un gran remolino en el centro del río;
para cuando quiso reaccionar, allí estaba dando vueltas y vueltas, sin poder
salir del remolino.
Sacarle de allí fue dificilísimo, porque ningún pato tenía fuerza para nadar en
aquellas aguas, y al pobre Quack, que no paraba de tragar agua, la cabeza le
daba mil vueltas y no ayudaba mucho. Afortunadamente, una vaca de una granja
cercana apareció por allí para sacar a Quack antes de que él solo se bebiera
toda el agua del río. Y cuando le dejaron en el suelo, siguió dando vueltas
durante un buen rato, de lo mareado que estaba, mientras algunos de los
animales que lo habían visto se reían al ver que todo había acabado bien.
Aquel día Cuick comprendió que hacía bien cuando seguía haciendo caso a su
mamá, aunque al principio pudiera parecer que era peor, y Quack... bueno, Quack
no podría olvidarlo aunque quisiera, porque desde entonces en cuanto le toca
una gota de agua, cae al suelo y da tres vueltas antes de poder erguirse. ¡Y qué
divertidos son los días de lluvia!
Autor.. Pedro
Pablo Sacristán